La aventura del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en Chile, desde las primeras semillas hasta el confín austral.
La historia del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en Chile no comienza con una fecha oficial ni con un decreto solemne, sino —como tantas obras del Espíritu— de manera discreta, casi silenciosa, sembrada de encuentros personales, de esperas prolongadas y de una esperanza que no se resignó a desaparecer.
Primeras semillas: antes de que hubiera Cursillos
Aunque las primeras manifestaciones visibles del MCC en Chile se sitúan hacia 1960, cuando comenzaron a aparecer algunos cursillistas —en su mayoría extranjeros— que habían vivido la experiencia en otros países, existe un antecedente aún más temprano y profundamente significativo.
En 1950, la revista Proa, órgano oficial de los Cursillos de Mallorca, publicaba una entrevista a Francisco Fluxá Ginart, un joven chileno de ascendencia mallorquina que, durante una visita a la tierra de sus raíces, fue invitado casi casualmente a vivir un Cursillo. Su fe era más bien indiferente, pero aquella experiencia —el Cursillo Nº 30 de Mallorca, vivido en marzo de 1950 en el Santuario de Montesión de Porreras— marcaría un antes y un después en su vida. Sin saberlo, Francisco Fluxá se convertiría en el primer chileno conocido que vivió un Cursillo de Cristiandad, muchos años antes de que el Movimiento echara raíces formales en su patria.
La prehistoria: oración, espera y perseverancia
A comienzos de la década de 1960, en Santiago, varios cursillistas extranjeros comenzaron a reunirse movidos por la nostalgia del ambiente vivido en sus respectivos países. Sacerdotes y laicos —holandeses, españoles, bolivianos— compartían grupos, amistad y oración, soñando con que algún día los Cursillos pudieran nacer oficialmente en Chile.
Entre ellos se encontraban nombres como el Padre Edmundo Hammerlink, el Padre Francisco Vicente, matrimonios como los Greciano y los Moratinos, y otros laicos comprometidos. Con humildad y constancia, se acercaron al entonces Arzobispo de Santiago, el Cardenal Raúl Silva Henríquez, solicitando autorización para iniciar los Cursillos. Sin embargo, las dudas sobre una metodología considerada “muy española” y ciertos prejuicios propios de lo nuevo retrasaron la aprobación.
Fueron años de pena, oración y esperanza, una verdadera prehistoria del MCC chileno, en la que el Espíritu parecía trabajar en silencio, preparando el terreno.
Temuco 1963: el nacimiento oficial
La historia cambiaría decisivamente en 1963, en la diócesis de Temuco, bajo el pastoreo de Mons. Bernardino Piñera. En el contexto de una Gran Misión Diocesana, surgió la necesidad de formar y motivar a los laicos para una participación activa y comprometida. Fue entonces cuando el Padre Arturo Dwyer, misionero de Maryknoll y párroco de Santo Tomás, propuso introducir los Cursillos de Cristiandad como método de conversión y formación espiritual.

Con la audacia propia de quien confía en el Espíritu, el Padre Dwyer no solo propuso la idea, sino que ofreció traer un equipo de Arequipa, Perú, donde él mismo había vivido la experiencia. Con el visto bueno del Obispo, entre el 28 de junio y el 1 de julio de 1963, se dio en Temuco el Primer Cursillo de Cristiandad en Chile.
Así comenzaba oficialmente esta historia de gracia en suelo chileno.
Crecimiento, discernimiento y purificación
Durante los años siguientes, el MCC comenzó a expandirse por diversas diócesis del país, acompañado inicialmente por el equipo peruano. Mientras tanto, en Santiago se vivía una experiencia distinta, marcada por la influencia de Gerino Casal, quien introdujo un estilo propio de “Cursillos especiales”, autorizado en 1964.
Sin embargo, con el paso del tiempo, muchos dirigentes comenzaron a contrastar esta experiencia con la metodología que se desarrollaba en otras diócesis, especialmente desde Temuco. Tras diálogo, discernimiento y comunión eclesial, se llegó al convencimiento de que era necesario alinearse con el método auténtico del MCC, tal como había sido concebido y vivido en la Iglesia.
Este proceso culminó en 1969, cuando, tras una evaluación positiva realizada por un sacerdote enviado por el Cardenal Silva Henríquez a Temuco, se autorizó oficialmente el inicio del MCC en Santiago según el método regular. Entre el 30 de abril y el 3 de mayo de 1969 se celebró el Primer Cursillo “auténtico” de Hombres, seguido meses después por el primero de Mujeres.
Un Movimiento al servicio de la Iglesia
En 1969, durante el Segundo Encuentro Nacional en Concepción, se constituyó el primer Secretariado Nacional, signo de madurez y comunión. Desde entonces, el MCC en Chile ha seguido caminando como Movimiento eclesial, al servicio de la Iglesia, fiel a su carisma y atento a los signos de los tiempos.
La historia del MCC en Chile es, en definitiva, una historia de paciencia, fidelidad y docilidad al Espíritu, que supo esperar cuando fue necesario, corregir el rumbo cuando hizo falta y avanzar con alegría cuando las puertas se abrieron.
Una historia que sigue escribiéndose hoy, en cada cursillista que descubre lo fundamental cristiano y lo hace vida en sus ambientes.