Hablar del Grupo Latinoamericano de Cursillos de Cristiandad es entrar en una historia de intuiciones, encuentros providenciales y decisiones que marcaron el rumbo de un continente. Nada en su origen fue improvisado. Todo surgió porque el Movimiento, al crecer, necesitó escucharse, coordinarse y caminar unido. Como ocurre con la Iglesia, la vida creó la estructura, no al revés.
En los años sesenta, los Cursillos ya habían saltado el océano. Nacieron en el seno de la Acción Católica, echaron raíces en Mallorca, se extendieron por España y pronto recorrieron América “con carta ciudadana”, como dijo Pablo VI en Roma. Ese crecimiento, fecundo pero desigual, hizo evidente algo: los Secretariados Nacionales necesitaban un puente que los uniera y les permitiera discernir juntos.
El germen de ese puente se manifestó con fuerza cuando comenzó la preparación del Primer Encuentro Latinoamericano de Cursillos, celebrado en Bogotá en agosto de 1968. Fue la primera vez que cursillistas de América se reunieron para hablar, no solo de lo que ocurría en sus países, sino del lugar del MCC en la misión de la Iglesia en el continente. Allí nació una convicción compartida: América no podía caminar dispersa. El Movimiento necesitaba una estructura continental que ayudara a sostener la unidad, facilitar la comunicación y acompañar el crecimiento.
Esa intuición cristalizó gracias a dos figuras clave: el P. Cesáreo Gil, con su visión teológico-pastoral, y el P. José María Pujadas, con su claridad organizativa. Ambos comprendieron que la expansión del Movimiento pedía un espacio de coordinación sencillo, útil y fiel al carisma. Fruto de esa visión nació la Oficina Latinoamericana de Cursillos de Cristiandad (OLCC). Fue la primera estructura internacional del MCC, aun cuando algunos países del continente ni siquiera tenían Secretariado Nacional.
No fue un nacimiento cómodo. Hubo tensiones, reservas y diferencias de criterios. Pero la vida misma resolvió lo que la estructura apenas empezaba a dar forma. La OLCC se consolidó rápidamente como un organismo de servicio, capaz de ofrecer información, facilitar el contacto entre los países y ayudar a discernir la identidad del Movimiento dentro de las diversas realidades latinoamericanas.
El boletín FE se convirtió en su herramienta más valiosa. A través de él circularon reflexiones, experiencias y orientaciones que ayudaron a que América Latina viviera los Cursillos con un sentido continental. Poco a poco, la Oficina dejó de ser solo informativa. Se transformó en un espacio de reflexión, formación y maduración pastoral. América empezaba a pensar el MCC con voz propia.
Con el paso de los años, esa identidad compartida fue tomando forma. La OLCC ayudó a dar unidad doctrinal, a iluminar desafíos pastorales y a organizar los grandes encuentros continentales que marcarían la vida del Movimiento. No imponía nada. No tenía autoridad sobre los Secretariados. Pero su capacidad de servir y animar generó un estilo muy latinoamericano: fraterno, dialogante, alegre y profundamente misionero.
En el año 2000, durante el X Encuentro Interamericano en Ciudad de Guatemala, la Oficina dio un paso natural en su proceso de maduración. Adoptó el nombre de Grupo Latinoamericano de Cursillos de Cristiandad (GLCC). El cambio no fue cosmético. Expresaba una evolución: de una oficina que proveía servicios básicos de comunicación, a un Grupo que asumía la responsabilidad de animar, coordinar y custodiar la unidad del MCC en todo el continente.
Desde entonces, el GLCC se convirtió en un referente mundial. Ha sido inspirador y cofundador del OMCC, ha contribuido a procesos doctrinales clave —como la revisión de Ideas Fundamentales— y ha sabido dialogar con la Santa Sede para asegurar que el Movimiento permanezca fiel a su identidad. Su participación en la aclaración y defensa del Estatuto del OMCC ante el Pontificio Consejo para los Laicos es un capítulo histórico que muestra la seriedad con la que América ha vivido su servicio.
Con el tiempo, el GLCC ha aprendido a leer las preguntas nuevas que la historia plantea a los cursillistas. Ha acompañado a los Secretariados en momentos de crisis, ha sostenido la comunión en períodos de tensión interna, ha ofrecido formación en tiempos de incertidumbre y ha promovido procesos de unidad en momentos en que el Movimiento necesitaba claridad y serenidad.
Su papel durante la pandemia de 2020 demostró nuevamente su capacidad de adaptación. Cuando las actividades quedaron suspendidas, el GLCC abrió caminos virtuales que mantuvieron viva la comunicación, la formación y la comunión entre países. No dejó que se apagara la llama.
Hoy el GLCC reúne a casi una veintena de países, unidos no por uniformidad, sino por un carisma común que pide amistad, alegría y misión. Su historia no es una colección de fechas. Es el relato de cómo un continente aprendió a caminar junto, a escucharse, a discernir y a permanecer fiel al espíritu original del MCC.
La historia del GLCC es, en definitiva, la historia de un servicio. Y ese servicio ha permitido que los Cursillos en América Latina no solo crezcan, sino que piensen, disciernan, renueven, unifiquen criterios y aporten al mundo entero una manera muy propia de vivir y anunciar lo fundamental cristiano.
Un historiador podría resumirlo así: el GLCC nació porque América necesitaba un corazón común. Y ese corazón sigue latiendo.