La paz del Señor esté entre nosotros. Reciban un abrazo lleno de amor, lleno de colores, de alegría, fortaleza y mucha esperanza, todos ustedes, queridos hermanos del alma, hermanos que Dios me regaló. Mi corazón se alegra y doy gracias a Dios por poder compartir con ustedes, pues sé que hemos vivido la experiencia maravillosa del encuentro o reencuentro con el Hermano Mayor; y que, día a día, vamos caminando juntos el camino de la conversión.
Soy su hermana Inés Santana de Cordero, del cursillo 141, realizado del 20 al 23 de julio del año 2006 en el Monte Santa María, de la ciudad de Higüey, provincia La Altagracia.
Al igual que con muchos, el Señor tuvo misericordia y tocó mi corazón; y yo, deseosa y necesitada, lo dejé entrar a mi vida y nunca me arrepentiré. Siempre agradeceré ese reencuentro con mi Hermano Mayor, cuando Él usó este bendito Movimiento de Cursillos de Cristiandad para llevarme a sus pies. Reconozco que el llamado me encontró distraída en una vida cargada de trabajo y mil afanes; pero el Padre tiene sus planes, y su tiempo es perfecto.
Mi esposo Bienvenido asistió al cursillo 140, y llegó transformado. Su testimonio inspiró en mí el deseo de vivir esa experiencia de amor, fe y misericordia. Empecé a acompañarlo a las ultreyas, a las horas apostólicas; y, en cada actividad, veía el amor, la alegría entre los hermanos. Veía hermanos entregados, dedicados, con testimonio de disposición, de conversión; y esto me cautivó.
Meses después recibí mi invitación; y, llena de alegría y entusiasmo, el Señor organizó mi vida para que pudiera asistir. Les confieso que, al inicio del fin de semana, me sentí turbada.
Llegué muy cargada y cansada; y, como era mi primera experiencia de ese tipo, no capte enseguida. Pero el Señor tenía sus planes; y puso en mí empeño, dedicación y atención y, entre rollo y rollo, en esas tres miradas, Jesús se reveló ante los ojos de mi corazón. Me mostró que y o estaba llena de cosas, que debía renunciar a algunas y mejorar otras. Me dijo que contaba conmigo para tantas cosas y que yo podía contar con Él sin condición.
Cuando regresé a mi hogar, ya no era la misma. La acogida de mi esposo y de mis hermanos selló mi pacto con el Señor, que ahora ocupaba el primer puesto en mi vida. Les puedo decir que, los primeros días de mi cuarto día, los pasé flotando. No sé cuántas veces leí mi cuadernito de anotaciones de los rollos, que todavía conservo y releo. Entendí que mi camino de conversión era largo y hermoso, como un jardín; pero no hay flores sin espinas, y tenía que ir arrancando las malezas.
En una hora apostólica entendí que Él me decía “si has decidido seguir mi camino, prepárate para las pruebas…”. Entonces sentí que Él estaba junto a mí y no me dio miedo. Me sentí amada y decidida a seguirle.
Después, llena de su amor y confiada en su promesa, tomada de Su mano junto a mi compañero, empezamos a rodar el tractor que salió armado del cursillo. Me integré a todas las actividades del Movimiento, a la escuela de dirigentes. Ante cualquier actividad, el Señor ha organizado mi agenda. No he perdido una sola reunión en el quehacer del Movimiento y de mi vida cristiana.
A pesar de ser de pocas palabras, con su ayuda aprendí que, si Él me llama, me capacita.
Gracias a Él aprendí a estar siempre dispuesta. Él me permite participar en dos programas televisivos y un programa de radio que tiene el Movimiento en mi ciudad. Dios me ha regalado hermanos y hermanas que han sido las columnas en las que me apoyo; son como tesoros que Él ha puesto para guiarme, hermanos de amor, entrega, disposición. No tienen comparación.
Viviendo mi cuarto día, Jesús me muestra que tengo trabajo seguro en su viña y no he parado. Se las ingenió para que dejara mi trabajo de farmacéutica y pudiera integrarme más a mi familia y a mi comunidad. Gracias a nuestro Padre, con mucha fe y grandes luchas, logramos la construcción de la parroquia benjamina de mi ciudad, la San Juan Pablo II, y a ella me entrego incondicionalmente. Es un sueño realizado. Se imaginan que la mies es abundante; y los operarios, pocos.
Mi trípode es mi fortaleza, mi sostén: la oración, la preparación permanente y el no quedarme nunca de brazos cruzados. Así lo que me toca hacer es mi compromiso, es mi responsabilidad. De su mano de Jesús, he vivido victoriosa todas las pruebas que me ha presentado la vida y he podido asumir sus retos.
“Si quieren ser mis amigos, hagan lo que yo les diga”, esta palabra me guía y me incentiva a conocer más a mi Señor, a escuchar y accionar en sus mandatos.
El Secretariado me ha dado todas las oportunidades de servir. Se me ha confiado la presidencia, casi todas las vocalías, soy rollista de la línea de estudio; y, junto a la Madre María, he podido servir como rectora de los dos últimos cursillos en nuestra diócesis La Altagracia.
Conocer a mi Hermano Mayor es y será determinante en mi vida. Es apasionante caminar junto a Él, poder dar, darme, entregarme, entregar lo que he recibido, siempre positiva y dispuesta, convencida de que, si me llama, Él me dará los medios. Sé que debo predicar a tiempo y a destiempo, con palabras y un testimonio congruente.
Como San Pablo, “yo sé en manos de quién he puesto mi vida”. El camino es largo y a veces difícil, y me queda mucho por recorrer. No soy perfecta; pero, con su Gracia, camino tras la santidad prometida, con mi frase de combate: “¡Cristo y yo, mayoría aplastante!”.