Volvamos a Roma. VI Ultreya Mundial 2025.
Raúl González Hurtado.
Diócesis de Córdoba (España).
Ex representante vocalía Relaciones Internacionales – Secretariado Nacional de España.
Ya han pasado casi sesenta años desde la primera Ultreya Mundial, celebrada en Roma en mayo de 1966. Sesenta años desde que el Papa Pablo VI nos dio la “carta de ciudadanía” para recorrer los caminos del mundo, para activar en nosotros el espíritu peregrino que caracteriza nuestro método, para impregnar nuestro espíritu del cristianismo primitivo de las primeras comunidades, para acoger con mayor intensidad en nuestras vidas el misterio de Cristo, para tomar conciencia de ser Iglesia y para que nos dejaramos encender por la fascinación del momento pentecostal que ha invadido nuestra realidad profunda, nuestro movimiento y nuestras expresiones vitales.
Estas consignas del Papa fueron dirigidas a aquellos cursillistas que habían llegado de todas partes del mundo para confirmar lo que entonces era un signo evidente de Dios: la llegada a la edad adulta del Movimiento de Cursillos.
El Concilio Vaticano II acababa de concluir, y en el pueblo de Dios se sentía el entusiasmo de quienes sabían que algo nuevo estaba por llegar. Se abrían las puertas a una Iglesia renovada, donde los laicos y los movimientos netamente laicales estaban llamados a tener un papel mucho más importante en la evangelización del mundo. La inserción del cristianismo en la vida cotidiana, a través del encuentro y la amistad personal con Dios y en comunión con los hermanos, fue la tarea encomendada por el Papa, a partir de las conclusiones del Concilio, a aquellos que se congregaron en Roma para vivir su primera Ultreya Mundial junto al Santo Padre.
Este los exhortó a sacar su fe del ámbito exclusivamente privado y llevarla a los ambientes, a los grupos de amigos, al mundo laboral, a la vida social. Les pedía que rescataran de la desilusión y la tristeza a aquellos que nunca se habían encontrado con Cristo, jóvenes y adultos que vivían sin un ideal cristiano que les sirviera de referente o de meta, para que pudieran aspirar con esperanza a ser la mejor versión de sí mismos.
Salir al mundo desde nuestra zona de confort, hacia los más alejados, siempre como Iglesia, teniendo siempre presente que el “Sensus Ecclesiae” es el norte que nos guía, la palanca que nos mueve, la luz y el manantial que nos inspira y nos da vida.
Los allí reunidos se comprometieron ante el Papa a ser apóstoles que vivirían el compromiso del bautismo con la exigencia fundamental de una santidad personal, a ser apóstoles creyentes en la acción piadosa del Espíritu Santo y en los carismas que este otorga para la renovación del mundo. Apóstoles que sabían que la fecundidad de la misión depende de la unión total con Cristo, apóstoles convencidos de que en su vida nada debía ser ajeno a nuestro ser cristiano.
Se comprometieron a ser apóstoles que harían de su vida un continuo ejercicio de las virtudes, tales como la fe, la esperanza y la caridad, apóstoles que creerían firmemente que las virtudes que sustentan las costumbres sociales —como la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza y la fortaleza de alma— solo pueden florecer a partir de una verdadera vida cristiana.
Apóstoles que perseguirían la evangelización y la santificación de los hombres a través de la fe, la gracia, el testimonio y la palabra, apóstoles que se esforzarían por impregnar de cristianismo el pensamiento, las costumbres, las leyes de la sociedad en la que vivían, conscientes de que muchos hombres no podían escuchar el Evangelio ni conocer a Cristo si no es a través del ejemplo de sus vecinos.
¿Acaso no siguen siendo estos compromisos completamente actuales? ¿No estamos llamados los cursillistas de hoy a trabajar por el Reino en el mismo sentido? ¿No creemos firmemente en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en su poder para renovar el mundo a través de nosotros? ¿No estamos dispuesto a vivir el compromiso de nuestro bautismo con la misma intensidad, buscando siempre la santidad personal?
Sesenta años es tiempo suficiente para volver a Roma. Volver a renovar nuestros compromisos ante el Papa. Volver a hacernos presentes para decirle al sucesor de Pedro que nuestro carisma sigue vigente, más útil que nunca, para nuestra Iglesia, acercando a Dios a los hombres de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Cursillista, tu oración será la palanca que sirva de apoyo para la VI Ultreya Mundial en Roma. Dios y tu Iglesia confían en ti.