D. Juan Hervás
Semblanza de D.Juan Hervás y Benet: El Obispo de los Cursillos
D. Juan Hervás, un pastor de alma luminosa y entrega incansable, marcó un hito imborrable en la historia de la Iglesia Católica como el “Obispo de los Cursillos”. Nacido en la noble tierra de Puzol (Valencia), dedicó su vida a ser instrumento de Dios, llevando la luz del Evangelio con un ardor que nunca se apagó.
Desde su ordenación sacerdotal, y más tarde como obispo, Hervás encarnó el ejemplo del pastor bueno y fiel que camina junto a su rebaño. Fue en Mallorca donde se encontró con unos jóvenes comprometidos con Cristo y con su Iglesia, a los que acogió, animó, orientó y respaldó en la creación de un Movimiento que revolucionaría la forma de evangelizar: los Cursillos de Cristiandad. Con una visión clara y audaz, reconoció en ellos no solo un método, sino un camino para renovar la vida cristiana en su esencia más pura.
Cuando el movimiento enfrentó críticas, incomprensiones y ataques, Mons. Hervás no solo se mantuvo firme, bendiciéndolo “con las dos manos” sino que se erigió como su más ferviente defensor. Su Pastoral “Los Cursillos de Cristiandad, instrumentos de renovación cristiana” fue un faro en tiempos de tempestad, dando esperanza y dirección a un movimiento que estaba llamado a transformar corazones y comunidades.
En 1955, su traslado a Ciudad Real, tras ser denunciado a Roma, a pesar de todo, marcó un nuevo capítulo providencial. Desde allí, Mons. Hervás extendió el espíritu de los Cursillos más allá de las fronteras españolas, llegando a América Latina y al mundo entero. Su incansable labor lo convirtió en el gran promotor de una evangelización centrada en la persona, el encuentro con Cristo y la comunidad cristiana.
Hervás fue un hombre de gran humanidad. Sabía escuchar, comprender y alentar. Aunque enfrentó momentos de soledad, incomprensión y crítica, jamás dejó de confiar en la providencia divina ni de defender con pasión aquello en lo que creía. Hasta el final de sus días, llevó consigo la alegría de haber sido un instrumento en la obra de Dios.
Pero Mons. Hervás no solo fue un pastor incansable; también tuvo un papel destacado en uno de los eventos más trascendentales de la Iglesia moderna: el Concilio Vaticano II. Como participante activo, sus intervenciones reflejaron su amor profundo por la Iglesia, su fidelidad al Papa y su deseo de una evangelización más eficaz y cercana. Su visión pastoral y su experiencia con los Cursillos influyeron en las discusiones sobre el papel del laicado en la misión de la Iglesia, haciendo eco de su convicción de que los seglares son fundamentales para la construcción del Reino de Dios.
Cuando el Papa Juan Pablo II, en 1979, reconoció su labor como “pastor entregado, solícito y fecundo”, no hizo más que confirmar lo que miles de cursillistas en todo el mundo sabían: Mons. Hervás había sido una luz en sus vidas, un auténtico testigo del amor de Dios.
Mons. Juan Hervás y Benet falleció en 1982 en Felanitx y sus restos mortales esperan la resurrección en la Catedral de Ciudad Real, en la capilla de la Virgen Dolorosa. Partió hacia los brazos del Padre dejando un legado que sigue vivo en cada cursillista, en cada encuentro y en cada alma renovada. Su vida es testimonio de que el Evangelio, cuando se vive con amor, alegría, amistad, compromiso y audacia, puede cambiar el mundo.
Hoy, recordamos a Mons. Hervás con gratitud y admiración, seguros de que su espíritu sigue alentándonos a caminar “de colores” por la vida, llevando el amor de Cristo a cada rincón del mundo.
Raúl González Hurtado
Diciembre 2024.