El MCC en La Iglesia
El MCC en La Iglesia
El carisma que se reconoce en el MCC es el origen y el sustento de un movimiento eclesial, de una especial realidad agregativa, un cauce de participación en la vida y en la misión de la Iglesia. Como tantos otros, surgidos en el entorno del Concilio Vaticano II, los movimientos eclesiales han sido reconocidos como dones del Espíritu para responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo en este tiempo, una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores.
En palabras de Mons. Hervás, “originado en un carisma específico, surge como un nuevo movimiento eclesial en el que un grupo de cristianos comparten una misma mentalidad y empiezan a trabajar con un mínimo de organización y un método propio para conseguir la finalidad intentada”.
Es un movimiento eclesial que mantiene y refleja los criterios de eclesialidad señalados por S. Juan Pablo II en la Christifidelis laicis3, en el que los laicos tienen un protagonismo especial, pero en el que se vive un precioso ensamblaje de laicos y sacerdotes, cada uno con su especificidad, cada uno con su función, en unión estrecha, cordial y amistosa. Es también un movimiento de dimensión universal, implantado en toda la Iglesia y reconocido así por la Jerarquía, pero es al tiempo un movimiento eminentemente diocesano, que se encarna en la realidad de una diócesis concreta, bajo la autoridad episcopal, para el logro de su acción evangelizadora.
El MCC encuentra su ser en la Iglesia, como movimiento eclesial, de la Iglesia y para el mundo. Esto implica, antes que nada, vivir como Iglesia, como signo e instrumento del amor de Dios a los hombres, como espacio para la presencia salvadora de Dios. Participa de la misión de la Iglesia en la evangelización, en campo específico del primer anuncio y de la fermentación de los ambientes. Esa misión tiene sentido desde la vivencia de la comunión: la comunión, en sus diversas dimensiones, es el marco de actuación para el MCC.