La historia del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en Corea es un testimonio luminoso de cómo el Espíritu Santo no conoce fronteras cuando encuentra corazones disponibles.
Corría el año 1967 cuando un grupo de catorce cursillistas filipinos, llenos de entusiasmo y amor apostólico, tomaron un avión rumbo a Seúl. No llevaban grandes medios ni estructuras, pero sí una convicción profunda: que el método de los Cursillos podía encender el fuego de la fe también en tierras orientales.
Aquel primer cursillo en inglés, celebrado en mayo de ese año, fue una semilla pequeña, pero cargada de promesa.
Solo tres años después, el movimiento ya había florecido por todo el país. La alegría del encuentro con Cristo, vivida en comunidad, había tocado el corazón de muchos coreanos que descubrieron que ser cristiano es una aventura apasionante y que su vida —en la familia, el trabajo, la sociedad— podía ser terreno fecundo para la Gracia.
Durante las décadas de los 70 y 80, el MCC se fue organizando y enraizando en la Iglesia local. Nacieron cursillos para hombres y mujeres, se formaron equipos y se fueron tejiendo las estructuras que harían posible su crecimiento sostenido. Lo que había comenzado en inglés pronto se expresó en lengua coreana, y el mensaje del “Cristo que cuenta contigo” empezó a resonar con acento asiático, pero con el mismo ardor mallorquín que le dio origen.
El reto era grande: adaptar un movimiento nacido en el mundo hispano a la rica cultura coreana, marcada por el respeto, la disciplina y la búsqueda interior. Sin embargo, el MCC supo insertarse con sencillez, ofreciendo a los laicos un camino concreto de evangelización en sus ambientes, justo cuando la sociedad coreana vivía una transformación acelerada: modernización, urbanización, y una Iglesia que crecía con fuerza.
A lo largo de los años, más de 200.000 coreanos han vivido su cursillo. En 14 diócesis del país, hombres y mujeres han escuchado el llamado a ser “fermento en la masa”, llevando la alegría del Evangelio a sus familias, comunidades y lugares de trabajo. El MCC se ha convertido en una presencia viva en la Iglesia coreana, un movimiento discreto pero constante, fiel al carisma de sus orígenes y abierto a los desafíos de un mundo que cambia.
Hoy, casi seis décadas después de aquel primer fin de semana en Seúl, los cursillistas coreanos siguen repitiendo con fuerza el mismo grito que ha atravesado continentes y generaciones:
¡De Colores!
Porque el Reino de Dios sigue creciendo allí donde los laicos, alegres y comprometidos, hacen posible que Cristo reine en los corazones y en los ambientes.