Queridos cursillistas,
en este Cuarto Domingo de Adviento, la segunda lectura nos sitúa con fuerza ante una verdad esencial de nuestra fe: Dios llama y envía. San Pablo, al comenzar su carta a los Romanos, no se limita a presentarse; proclama una convicción que sostiene toda su vida: ha sido “llamado y escogido para el Evangelio de Dios”. Y esa experiencia no es exclusiva del apóstol. Es la experiencia de toda la Iglesia, y de modo muy particular, de los laicos.
Adviento no es solo esperar la venida del Señor; es redescubrir que Él viene para enviarnos. El Dios que se hace carne no irrumpe en la historia para quedarse al margen, sino para impulsar una misión. Por eso Pablo afirma que ha recibido “la gracia y el apostolado para llevar a todas las naciones a la obediencia de la fe”. La fe auténtica nunca se encierra: se comunica, se comparte, se vive hacia fuera.
Aquí la Palabra toca el corazón del carisma cursillista. Porque el Cursillo no termina en una vivencia intensa ni en una experiencia espiritual aislada. El Cursillo comienza cuando el laico vuelve a su ambiente y descubre que allí —precisamente allí— Dios lo llama a ser testigo. No en un espacio protegido, sino en la vida real, con sus luces y sombras.
San Pablo se dirige a la comunidad diciendo: “a todos los amados de Dios, llamados a ser santos”. No habla de una élite ni de especialistas religiosos. Habla de hombres y mujeres concretos, insertos en la sociedad de su tiempo. La misión del laico nace de esta llamada: vivir el Evangelio desde dentro del mundo, como fermento en la masa, como presencia discreta y transformadora.
Esta llamada es profundamente esperanzadora. No se apoya en nuestras capacidades ni en nuestros éxitos, sino en la gracia recibida. Dios no nos envía porque seamos perfectos, sino porque confía en nosotros. Y esa confianza es fuente de alegría. El Adviento nos recuerda que Dios sigue contando con los laicos para preparar caminos, abrir corazones y anunciar, con la vida, que Él está cerca.
Para el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, esta lectura es una invitación clara a renovar su razón de ser: despertar la conciencia misionera del laico, ayudarle a descubrir que su lugar es el mundo y que su tarea es evangelizarlo desde dentro, con amistad, con coherencia, con alegría.
En la cercanía de la Navidad, dejemos que esta Palabra nos interpеле personalmente:
¿me sé llamado?
¿vivo mi fe como misión?
¿me reconozco enviado a mis ambientes?
Que este Adviento nos encuentre disponibles, agradecidos y en salida, convencidos de que la llamada de Dios sigue resonando hoy, y que nuestra respuesta puede hacer visible su presencia en medio del mundo.
De colores. 🌈