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La misión en Japón sigue hacia delante. ¡Ultreya!

Ayer por la tarde dejé en el aeropuerto de Osaka a mis amigos misioneros españoles que me han estado ayudando con el proyecto de evangelización en Japón “De Colores”. De hecho, mientras escribo estas líneas, deben de estar a punto de llegar a Madrid, donde viven.

Quisiera aprovechar este momento para hacer una reflexión sobre lo vivido hasta ahora como fruto del proyecto “De Colores”. Pero quizá antes convenga que os cuente brevemente algo sobre mí, para que se entienda mejor el contexto de este proyecto.

Me llamo José Ramón y conocí a Jesucristo a los 24 años en un Cursillo de Cristiandad. Aquella experiencia marcó profundamente mi vida y me llevó a vivir la fe cristiana de una manera madura y responsable. Con el tiempo, dentro de la comunidad de Cursillos de Cristiandad de Madrid, descubrí mi vocación al sacerdocio. Hace ya 11 años fui ordenado sacerdote y desde entonces he tenido la gracia de poder seguir colaborando como sacerdote en el movimiento de Cursillos en Madrid, hasta que hace dos años llegué como misionero a Osaka, Japón.

Desde que llegué aquí comencé a estudiar japonés. Pero no fue lo único: también me puse a conocer la cultura, la historia y las costumbres del pueblo japonés. Como misionero entiendo que, para amar de verdad a quienes queremos anunciar el Evangelio, es necesario conocer su corazón. Y así, poco a poco, he ido acercándome a la manera de pensar, actuar y expresarse de los japoneses.

Muy pronto me di cuenta de lo que considero la mayor carencia de la Iglesia en Japón: la evangelización. Este es un país en el que apenas el 0,3% de la población es católica. Eso significa que un 99,7% prácticamente no conoce a Jesucristo. Y yo me pregunto: ¿qué estamos haciendo en la Iglesia Católica en Osaka para anunciar el Evangelio a estas personas? He de decir con sinceridad que, al menos en las parroquias que conozco, apenas he visto iniciativas dirigidas a afrontar esta misión esencial.

Ante esta situación pensé que quizá el movimiento de Cursillos de Cristiandad podría ser una buena herramienta. Y lo pensé no porque quisiera “vender mi libro” aquí en Japón. Yo no he venido a Japón a promocionar los Cursillos de Cristiandad, sino a anunciar a Jesucristo, especialmente a quienes no lo conocen. Pero precisamente por eso, reconozco que el movimiento de Cursillos puede ser una herramienta estupenda y muy actual para fomentar en los cristianos un espíritu evangelizador y para mostrar la belleza de la vida cristiana a quienes aún no conocen a Cristo.

Así nació en mi corazón el proyecto “De Colores”, con el deseo de revivir los Cursillos en Japón. Aquí llegaron en 1963 y se extendieron rápidamente por todo el país. Sin embargo, poco a poco fueron apagándose y hoy en día apenas queda un cursillo al año en Nagasaki.

Hace un año comenzamos a preparar este proyecto con un pequeño grupo de jóvenes de Cursillos en Madrid y con algunos amigos que he ido haciendo en Japón. Nos reuníamos una vez al mes por videoconferencia, y fruto de esa preparación acabamos de vivir la primera experiencia evangelizadora en estas tierras japonesas.

El 1 de agosto llegaron a Japón cinco misioneros españoles cursillistas: Luis, Blanca, Alberto, Marta y María. Durante una semana hemos visitado lugares emblemáticos de la historia y la cultura japonesa en torno a Osaka: Kioto, Nara, Himeji, Koya-san… Todo ello acompañados por un grupo de personas que viven aquí y a quienes he ido invitando al proyecto: no solo de la parroquia donde estoy, sino también de otras comunidades y de la escuela de japonés en la que estudio. Al final se formó un grupo muy variado y precioso, con católicos bautizados y también personas no bautizadas que nunca habían tenido contacto con el cristianismo.

Durante esa semana usamos la metodología de los cursillos para ir creciendo en amistad y santidad. Cada día, uno de los misioneros españoles dio un rollo de su cuarto día, y eso permitió que los participantes los conocieran mejor. Pero también fue muy valioso mostrar aquí en Japón que es posible dar testimonio personal hablando de la propia vida, algo poco habitual en la cultura japonesa. Después de cada rollo hacíamos decurias, donde respondíamos a preguntas profundas que nos ayudaban a abrir el corazón y conocernos más. Poco a poco fue surgiendo una amistad sincera, centrada en Cristo, incluso entre quienes apenas habían oído hablar de Él.

Uno de esos días fui yo quien dio el rollo, y lo que ocurrió después me sobrecogió el corazón. Una de mis amigas invitadas, “Ko”, originaria de Taiwán y que nunca había tenido contacto con cristianos, escuchó atentamente mi testimonio. Al terminar, se acercó con una gran sonrisa y me dijo: “José Ramón, ¡tienes que aprender chino!”. Lo entendí como una invitación: el testimonio que acababa de compartir también podría hacer mucho bien a los chinos en su propio idioma. Y pensé que en China se escuchan muy pocos testimonios de este estilo. Desde que empecé a estudiar japonés y vi la cantidad de chinos que hay también aquí, me dije que, cuando terminara el japonés, empezaría a estudiar chino para poder anunciarles a Cristo en su lengua.

Cada día celebrábamos la misa. Fue precioso ver cómo, poco a poco, incluso los no bautizados iban comprendiendo el sentido de la Eucaristía. Yo lo iba explicando con sencillez, como suelo hacer en los cursillos. El último día, una de las chicas no bautizadas confesó que ya echaba de menos participar en la misa. Seguramente porque había percibido ese ambiente de fiesta y de comunidad que rodea a la celebración.

Para cerrar, como en un cursillo, celebramos una clausura en la que cada participante compartió lo que había significado la experiencia. Todos lo agradecieron mucho. Un seminarista brasileño que estudia japonés conmigo dijo que la metodología le parecía muy buena para la evangelización en Japón. Eso me alegró muchísimo, porque es la misma intuición que me llevó a poner en marcha este proyecto. Y quizá, Dios quiera, pueda regalarme un compañero sacerdote para esta misión.

No puedo terminar sin una acción de gracias muy especial por los cinco misioneros españoles que me han ayudado. Sin ellos este proyecto no habría podido salir adelante. Cada uno ha entregado generosamente su tiempo, su fuerza, su dinero y, sobre todo, su corazón. Y yo he sido sin duda uno de los más agraciados. Gracias a Dios por cada uno de ellos.

Este proyecto no pretende ser una actividad puntual del verano de 2025, sino que mira al futuro. Este año hemos hecho una primera toma de contacto, una especie de “intercambio cultural” en el que lo esencial que hemos querido compartir es a Jesucristo. Pero el año que viene queremos dar un paso más: poder celebrar un cursillo en Osaka.

En este camino estamos todos los cursillistas del mundo. Cuento con vuestra palanca, y os iré informando de cada paso para que también vosotros podáis ser partícipes de las maravillas que Dios quiere realizar aquí en Japón.

Un fuerte abrazo desde Osaka.

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