El Triduo Pascual nos regala una nueva ocasión de ser renovados, revivificados por su experiencia. Su proximidad nos urge a preguntarnos si durante la cuaresma hemos preparado nuestro barro, si hemos generado las condiciones de posibilidad para que la vivencia del Triduo Pascual nos permita dar un paso más de proximidad al Señor.
En gran parte, cómo hayamos vivido la cuaresma, cómo nos hayamos preparado, condiciona esa posibilidad. Sin embargo, nuestra debilidad, nuestra tibieza, no nos hipoteca porque siempre podemos volver a comenzar; esa posibilidad es parte de lo que nos aproximamos a celebrar en el Triduo Pascual.
En esta Semana Santa tenemos, por tanto, la oportunidad de hacer nueva la experiencia de la Pascua. La Pascua es gozo, pero es un gozo que surge de la experiencia previa de dolor y aparente fracaso. Vivir la Pascua es experimentar y vivir ese gozo tras haber experimentado y vivido el sufrimiento.
Sin embargo, nada de esto es tan fácil. Estamos adormecidos, anestesiados, en el mejor de los casos, distraídos con muchas cosas que, también desde la buena voluntad y el deseo de servir a Dios, nos impiden experimentar y vivir la Pascua. Necesitamos recuperar nuestra sensibilidad. El camino de cuaresma es preparación para hacer la experiencia de la Pascua. El ayuno, la abstinencia y la limosna han tenido que ayudarnos a afinar nuestra sensibilidad para captar la profundidad de la entrega, voluntariamente asumida, de Jesús por cada uno de nosotros y lo que padeció en esas largas horas. Pero también nos capacitan paro vivir con un gozo profundo la alegría de la resurrección, esa palabra última y definitiva de Dios sobre el mundo.
Decía San Ignacio que no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar internamente las cosas de Dios. Hoy podríamos parafrasear ese aforismo ignaciano y decir que no el mucho hacer harta y satisface el alma. Porque en eso estamos casi todos, en hacer muchas cosas, insisto, también desde el deseo de servir a Dios. Ya se lo dijo Jesús a Marta unos días antes de la Pascua, «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc, 10, 38-42). Tal vez no estemos preocupados o agitados, sólo distraídos creyendo que hacer es más importante que ser. Vivir es ser, no hacer, y si no nos convencemos de esto y empezamos a ponerlo en práctica, le estaremos dando la razón a quienes piensan que para quien no puede hacer no tiene sentido vivir.
Esta Semana Santa tenemos una nueva oportunidad para esto, para crecer en ser desde Dios, nos recibimos desde Él, en Él vivimos, nos movemos y existimos y desde esa experiencia ser para el mundo.
Comencemos esta experiencia por sentir y gustar internamente la experiencia del Triduo Pascual. En la experiencia de la tercera semana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio encontramos muchas pistas para ello. Me detengo sólo en algunas, en concreto, en lo que San Ignacio propone que “demandemos” al contemplar la Pasión.
Las contemplaciones ignacianas tienen una estructura que comienza con una oración preparatoria, continúan con un preámbulo que nos prepara para los puntos de contemplación y finalizan con un coloquio entre la persona que realiza la contemplación y Jesús.
San Ignacio nos propone en el preámbulo que demandemos lo que queremos y lo que queremos, según San Ignacio, es dolor, sentimiento y confusión, porque por nuestros pecados, los míos y los tuyos, va el Señor a la Pasión. Tal vez la primera pregunta que deberíamos examinar es si esto es realmente lo que queremos esta Semana Santa, ¿queremos sentir este dolor y esta confusión? Porque normalmente huimos del dolor y la confusión; es más, solemos acudir a Dios para huir del dolor y la confusión de nuestra vida. ¿De verdad nuestro corazón desea acercarse este año al Señor para experimentar dolor?
Más adelante, insistiendo en esto, San Ignacio vuelve a proponer que demandemos quebranto con Cristo quebrantado, dolor con Cristo doloroso, lágrimas y pena interna de tanta pena que Cristo pasó por ti, por mí.
Demandamos lo que no tenemos, por eso hay que pedirlo. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento, sobre todo al ajeno. Nos conmueve el dolor de los que sufren, pero no lo suficiente como para transformar nuestra vida, para quebrantarla. Y por eso llegar a sentir esto es Gracia que se nos regala.
Pero el sentido de experimentar auténtico dolor no es martirizarnos. Como el propio San Ignacio nos indica, considerar cómo todo el sufrimiento y padecimiento de Jesús es por ti, por mí, por cada uno de nosotros, es condición de posibilidad para salir de nuestra propia auto referencialidad y preguntarnos qué hemos hecho nosotros por Él, qué podemos hacer por Él y qué nos toca padecer por Él. Tal vez, esta última pregunta es a la que resulta más fácil responder, porque lo ya has padecido o lo que te esté tocando padecer ahora es aquello que debes padecer por Él y con Él.
Si necesitamos pedir la gracia de sentir el dolor, también necesitamos demandar, pedir, la gracia para alegrarnos y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor resucitado. Pero, sólo desde la experiencia del dolor por el sufrimiento de Cristo podemos experimentar y vivir la profundidad del gozo de la Resurrección. En la vida queremos ahorrarnos la primera parte, pero sin la primera no es posible la segunda, al menos, en toda su profundidad.
¿Sientes el dolor de Cristo en la cruz? ¿Eres consciente de que está ahí clavado por ti? ¿Puedes vivir esto con agradecimiento y no con culpabilidad, que siempre remite a nuestra auto referencialidad? ¿Cuánto es capaz de cambiar esto tu forma de vivir? ¿Puedes sentir y gustar la alegría de la Resurrección? ¿Sientes cómo esa alegría profunda, interna, sostiene tu vida cuando llega la dificultad? ¿Cuán profunda es tu experiencia para sostener tu esperanza cuando la realidad parece empeñarse en ponerla a prueba?
¡Feliz conocimiento interno de la Pascua, que te lleve a más amarlo y seguirlo!
Araceli de los Ríos Berjillos – Cursillo Nº 907 de Córdoba (España)
Responsable del Secretariado de Misión Compartida de la Compañía de Jesús.